miércoles, 24 de febrero de 2010

64 años de las elecciones que cambiaron la patria

























El 17 de octubre Perón había derrotado a sus enemigos del Ejército, demostrando su poder de convocatoria y el amor de los humildes, pero su aparición triunfal en el balcón de la Casa Rosada no aseguraba la victoria en las elecciones que se avecinaban. El paso siguiente no era fácil. En las elecciones convocadas por Farrell lo enfrentaría a la dirigencia política tradicional, a la unión de los partidos de siempre, radicales, socialistas, demócratas progresistas y comunistas a los que se le sumaban todos los diarios, por lo menos, los considerados “serios”, como La Prensa y La Nación. Y por si esto fuera poco, en el mismo frente se alineaban las entidades representativas del empresariado comercial, industrial y agropecuario.

Los peronistas no teníamos estructuras, ni recursos ni tampoco candidatos. Era necesario construir, y rápidamente, el partido o los partidos que acompañaran en las elecciones de febrero.Casi al día siguiente del 17 de octubre, los dirigentes de los sindicatos peronistas se apresuraron a estructurar el partido Laborista. A estos se sumaron los radicales que formaron la UCR Junta Renovadora , que eran los que habían saltado el cerco, pero no eran muchos ni muy importantes. También de los radicales se sumo la gente de Arturo Jauretche y la FORJA que fue disuelta despues del 17/10 por considerar que sus objetivos estaban cumplidos.
Además de laboristas y radicales renovadores, aparecieron en distintas puntos del país los Centros Cívicos Coronel Perón, integrados por personalidades locales, o simples militantes, con pocos o ningún antecedente político. Algunos de ellos habían ocupado cargos menores durante el gobierno militar (43-45), como el comisionado municipal de San Andrés de Giles, el odontólogo Héctor Cámpora,quien se transformara en el tío años más tarde llegando a la presidencia de la Naciòn.

LAS CANDIDATURAS

Perón designò a Quijano como su vice y modernizò la comunicación política al incorporar el uso de la radio como instrumento y recorriò el país en un tren contratado, cuya locomotora recibiría el nombre de Descamisada, y en un barco para su recorrido por las provincias del litoral. La presencia de Evita acompañándolo era, al mismo tiempo del toque romántico de la joven recién casada, una absoluta novedad. Las señoras de los candidatos no se exponían en las campañas electorales.

Perón debía enfrentarse con una coalición poderosa. Durante la presidencia de Castillo los comunistas habían impulsado la unidad de los partidos democráticos en un frente antifascista. Este se concretaba, ahora, enfrentando al candidato del hampa, como lo denominaba el pasquín Antinazi, creado para la campaña. La UCR, el partido Socialista, el partido Demócrata progresista y los propios comunistas formaban la Unión Democrática que, sin embargo, no presentaba candidatos comunes salvo la fórmula presidencial. Esta se integraba con dos radicales unionistas, José P. Tamborini, el ex ministro del Interior de Alvear, y Enrique Mosca, veterano dirigente santafecino. Los intransigentes, autoexcluído Sabatini, debieron aceptar las poco agradables compañías de los otros partidos, que implicaba además el apoyo de los conservadores, pese a que no integraban formalmente la coalición, y los integrantes de las llamadas fuerzas vivas, como la Sociedad Rural y la Unión Industrial.

El discurso de la Unión Democrática giraba alrededor del lema democracia contra nazifascismo, y el 8 de diciembre culminó su campaña con un importante acto en Plaza del Congreso. Pero fuera de la traspolación de los argumentos de la 2da. Guerra Mundial, los candidatos antiperonistas se encontraban con la gran dificultad de tener que atacar medidas francamente populares, como la sanción del aguinaldo. propugnada por el Coronel, y puesta en práctica por el gobierno en diciembre. Los comunistas lo denunciaron como una maniobra fascista y elaboraron argumentos para que los trabajadores lo rechazaran. Con el resultado previsible.

Perón centraba su argumentación en la defensa de los intereses de los humildes, advirtiendo que era la avaricia de los ricos el que impulsaba la crisis social. “Yo he dicho que los ricos son egoístas y por eso dicen que soy enemigo de las clases dirigentes y que no soy cristiano... Recuerdo que el Divino Maestro dijo que era más difícil que un rico entrara en el reino de los cielos que no que un camello pasara por el ojo de una aguja... Dicen que nos estamos constituyendo en una fuerza que ha de provocar la lucha social y olvidan que esa lucha y esa revolución se justifican cuando al pueblo se le cierra el camino para intervenir en el gobierno y administración del Estado.” “Nuestro movimiento no es comunista ni es nazi, como se lo ha calumniado. Es exclusivamente argentino y brega por una patria mejor”.

Sería el embajador Braden quien, desde Washington, intentaría una vez más demostrar la complicidad del odiado candidato con el Tercer Reich. Entre el 13 y el 15 de febrero de 1946, el departamento de Estado dio a conocer, por los diarios norteamericanos un voluminoso documento titulado Consultas entre las Repúblicas americanas respecto de la situación argentina. Era el Libro Azul, en el que se denunciaban las presuntas complicidades de personalidades argentinas con el régimen nazi, que los diarios serios, se apresuraron a publicar. Braden acababa de declarar que “Estamos decididos a no permitir que, por complacencia nuestra nazca un nuevo brote de fascismo en este hemisferio.”

El Libro Azul condenaba la política neutralista de los gobiernos argentinos, de la cual responsabilizaba en la última etapa a Farrell y Perón y denunciaba a muchas personalidades políticas y militares. En los días siguientes los diarios se llenaron de desmentidas de los afectados. De todos menos de Perón. Este reaccionó con agilidad e inteligencia dando vuelta el sentido del golpe. Lejos de intentar justificarse o desmentir las acusaciones, decidió la ofensiva. La publicación ponía en evidencia la complicidad, o algo más, del Secretario Adjunto de Estado con la Unión Democrática. El 12 de febrero, en la proclamación oficial de la fórmula Perón-Quijano, el candidato leyó su discurso cuyos últimos párrafos se referían a Braden, comenzando por sus andanzas políticas de sus tiempos de embajador, para terminar diciendo:
“--Si por un designio fatal del destino triunfaran las fuerzas regresivas de la oposición, organizadas, alentadas y dirigidas por Spruille Braden, será una realidad terrible para los trabajadores argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio que el mencionado ex embajador pretendió imponer sin éxito al pueblo cubano.
--Sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendente es ésta: ¡Braden o Perón!”

Dos días antes de la elección Perón dijo su último discurso. Una vez más se valió de la radio. Fue un conjunto de instrucciones a sus adictos para asegurar el triunfo:
“--Somos pobres como ratas. No aceptamos cheques, no tenemos dinero y carecemos de todos los medios. Nuestra riqueza reside en los valores espirituales...No tenemos medios de transporte...No tenemos para pagar abundantes boletas.


-No concurra a ninguna fiesta que inviten los patrones el día 23. Quédese en su casa y el 24 bien temprano tome las medidas para llegar a la mesa en que ha de votar. Denuncie al expendedor de nafta que no le provea de combustible. Evite todo incidente para impedir que lo detengan. No beba alcohol de ninguna especie, el día 24. Si el patrón de la estancia (como han prometido algunos) cierra la tranquera con candado, ¡rompa el candado o la tranquera o corte el alambrado , y pase a cumplir con la Patria! Si el patrón lo lleva a votar, acepte y luego, haga su voluntad en el cuarto oscuro. Si no hay automóviles ni camiones, concurra a votar a caballo o en cualquier otra forma. Pero no ceda ante nada. Desconfíe de todo; toda seguridad será poca. Las fuerzas del mal y de la ignominia pondrán en juego todos sus recursos para burlar la voluntad popular...”
El 24 de febrero los argentinos volvimos a votar por primera vez desde la década infame. No en vano el otro slogan expresaba: “La era del fraude ha terminado”.

Los resultados no se supieron enseguida. Los líderes de la oposición, convencidos como estaban de su triunfo, se apresuraron a confesar la honradez de los comicios. Sin embargo, cuando empezaron a llegar las noticias se fue notando el seguro triunfo de Perón. A medida que se sumaban las cifras, los ánimos de los democráticos fueron decayendo. Cuando el 8 de abril, por fin se supieron los resultados definitivos, Perón había obtenido 1.478.500 contra 1.212.300. Tendría dos tercios de los diputados y el control de la casi totalidad de las provincias.